El Departamento del Tesoro de Estados Unidos convocó a una reunión extraordinaria del Financial Stability Oversight Council (FSOC) para el próximo 10 de septiembre. El temario oficial parece inofensivo: balances anuales, reformas regulatorias, presupuesto 2026. Nada que sugiera un salvataje financiero. Sin embargo, en Buenos Aires, el equipo de Luis “Toto” Caputo lo recibe como si se tratara de la última carta de un náufrago: la ilusión de que allí, escondido entre líneas, se cuele la palabra Argentina.
Porque eso es hoy la política económica local: una espera ansiosa de señales ajenas, sin estrategia propia y con una dependencia cada vez más humillante.
La improvisación como método
Caputo, el “Messi de las finanzas” autoproclamado en 2018 y recordado por su fugaz paso por el Banco Central durante el macrismo, vuelve a repetir el libreto: improvisar, aguantar y apostar a un manotazo externo. Nada de planes de estabilización, nada de reformas consensuadas, nada de reconstrucción de credibilidad. Solo especulación financiera y la esperanza de que Washington decida, por interés propio, lanzar un salvavidas.
El problema es que el mundo ya aprendió a desconfiar. La Argentina de hoy ni siquiera puede ofrecer la garantía que ofreció México en 1994, cuando devolvió con creces el paquete de rescate que recibió tras el “efecto Tequila”. Aquí, en cambio, lo único que puede prometerse es más incertidumbre.
El Gobierno que espera lo que no construye
El comunicado del FSOC no menciona a la Argentina, y aun así, el oficialismo se aferra a cada coma como si fuera un plan de salvación. Es la radiografía de un gobierno sin brújula: se conforma con leer entrelíneas de documentos extranjeros porque carece de un programa propio que inspire confianza.
Mientras tanto, el riesgo país se dispara, la economía se paraliza y la política económica se reduce a un calendario de rumores. El “plan Caputo” se ha convertido en la institucionalización del cortoplacismo: contener con alambre, ajustar donde se pueda y rezar para que aparezcan dólares.
Una fragilidad expuesta
La realidad es brutal: un país sin crédito, sin aliados sólidos y sin plan no puede sobrevivir a fuerza de rumores. La Argentina depende hoy de lo que un organismo estadounidense decida discutir en una sala cerrada a miles de kilómetros. Y eso no es un proyecto de nación: es la confesión de derrota de una dirigencia que renunció a pensar más allá del próximo vencimiento de deuda.
Washington se reunirá para hablar de su propia estabilidad. En Buenos Aires, Caputo y compañía escucharán como quien aguarda un milagro. Y allí radica la mayor tragedia: que el futuro de la Argentina dependa menos de lo que hacemos acá que de lo que decidan, con sus propios intereses en mente, a puertas cerradas en otra capital.