A pesar de haber sido escenario de emprendimientos productivos de relevancia internacional —como las históricas viñas y la producción de vinos de Sánchez Carrillo—, las comunidades rurales de Peñas Blancas y Valle Verde parecen seguir condenadas al olvido. La falta de políticas sostenidas por parte del gobierno provincial ha apagado, una y otra vez, las iniciativas de desarrollo que surgen desde la propia comunidad.
El principal obstáculo continúa siendo el mismo desde hace décadas: la ruta. El intenso tránsito de vehículos vinculados a la actividad hidrocarburífera destruye constantemente el camino, y el mantenimiento es casi inexistente. Según los vecinos, cuando las quejas se multiplican, aparece una motoniveladora, se hacen mejoras mínimas y, en pocos días, todo vuelve a estar igual.
Los pobladores, cansados y enojados, apuntan sus reclamos hacia la Comisión de Fomento, aunque reconocen que desde allí poco se puede hacer: no hay presupuesto suficiente, ni maquinaria, ni personal para afrontar las múltiples necesidades de una comunidad numerosa y dispersa.
A los problemas viales se suman otros que agravan la situación: mala señal de telefonía celular, un centro de salud sin médico permanente y escasos recursos para atender emergencias.
Las redes sociales se hicieron eco nuevamente del malestar. En una de las publicaciones que circuló recientemente, una vecina escribió:
“Es una vergüenza cómo están las calles desde que termina el asfalto. Hay que ir a 20 km/h para no romper una cubierta —de la que nadie se va a hacer cargo—. Desde la última lluvia no pasa una máquina ni riegan. Entre la tierra que se levanta y el serrucho de la calle, un viaje que debería durar una hora termina tardando una hora y media o más. Y ni hablar de que se olvidan de la gente de Valle Verde. Desde que la votaron, la comisionada no ha aparecido para preguntar si necesitamos algo ni ayudar a sacar adelante el pueblito.”
Mientras tanto, los pobladores de Peñas Blancas y Valle Verde vuelven a levantar la voz, exigiendo respuestas concretas y reclamando que sus reclamos no sigan siendo absorbidos por la inercia de un Estado ausente. Porque, como ellos mismos repiten, “la paciencia tiene límite, y el olvido también”.










